Mi escritorio es una especie de desorden bastante ordenado. No falta nada. Todo lo que necesito se encuentra allí, pero nunca en el sitio adecuado, al menos, ese día.
Delante del ordenador uno está bombardeado por miles de estímulos y si no sabes controlarlos (como yo), puedes perder mucho tiempo apuntando notas constantemente y dejándolas, como se puede ver, por todos lados. Ese hecho histórico que no conocía y busqué por internet, esa web que me recomendaron, esa idea para hablar en mi blog, etc.
No pueden faltar unos auriculares junto al último cd que escucho: ¿cómo sería navegar por la red sin música? No lo sé, pero seguro que algo relacionado con Sánchez Dragó. El móvil al lado esperando a que suene. El paquete de pañuelos de papel para combatir algún que otro virus informático. Mi lata de Coca Cola Zero reciclada en lapicero (¡reciclad, niños y niñas! Es una buena forma de darle utilidad a la Coca Cola).
Y, por supuesto, un famóbil, icono estimulante y ejemplarizante de mi escritorio, cual Sagrado Corazón de Jesús desde el cerro de San Cristóbal o Che Guevara en el centro de La Habana.
EL FAMÓBIL ROJO.
EL FAMÓBIL ROJO.
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